En el Centro Evangélico, el aroma a pan recién horneado envuelve el ambiente. Tras un beso en cada mejilla y un "Dios la bendiga", Daniel se acomoda en un banco y se prepara para contar su historia. ¿La cárcel te enseñó algo?, se le pregunta. Daniel, que estuvo en el penal de Villa Urquiza en 2006 por robo agravado en banda, se levanta la camisa y muestra las huellas de un "fajazo", fruto de una pelea en el baño de la cárcel. "La cárcel no te enseña nada. Si no ponés el pecho, te corren del pabellón. Si no querés pelear, vas a ser mujer de ellos", afirma, mientras muestra en el pie y en el rostro las huellas de cuatro disparos.
La única "marca de amor" en el cuerpo lacerado de Daniel es un tatuaje - MNP - en el centro del pecho. "Yo andaba en el mundo, y salía a robar. Y cuando he salido del penal, donde consumía drogas, he vuelto a robar, y he empezado a consumir paco. Sabíamos asaltar los camiones en la Autopista", se sincera Daniel, y cuenta que sus compañeros en el delito purgan cuatro años en Villa Urquiza.
"Al delito se entra por la droga. Ha habido un momento en el que me he metido en muchas situaciones peligrosas. Muchas veces, casi me matan. Un día llego a mi casa, y parecía que había llegado la Navidad. Parecía que sonaban cohetes por todos lados. Era que una banda la había agarrado a tiros a mi casa", relata el hombre.
Cuando se le pregunta cómo llegó al hogar Evangélico, hace un par de semanas, le agradece al "pastor Miguel" (Siufi), y se queda un instante en silencio. "Le agradezco a nuestro señor, que me ha podido recoger. Yo era el peor de los peores en la calle", musita. Le cuesta contar que aquello que lo ha llevado al hogar Evangélico en busca de ayuda no han sido sus dos estadías en la cárcel, sino la muerte, hace menos de un mes, de su sobrino, que era adicto, y que murió asesinado en La Costanera.